domingo, 5 de marzo de 2023

¿Ética y ciencia deben ir de la mano?

Cuando pensamos en la rama del conocimiento científico cuyos usos prácticos han creado más controversias a lo largo de la historia de la ciencia, sin duda tenemos que pensar en primer lugar en la carrera atómica que se sucedió durante los años de la Segunda Guerra Mundial entre la Alemania nazi y la América de los aliados y que desembocó, por desgracia, en la detonación de dos bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki.

Tampoco debemos olvidar el período de la Guerra Fría que aconteció después y en las tensiones que se produjeron entre Estados Unidos y la URSS que acabaron con ambos países armados atómicamente con bombas cuya explosión sería bastantes veces peor que las que se produjeron en el período de la guerra.

Si lo pensamos, las tensiones entre países siempre han existido y se han dado a lo largo de todo el período histórico. El problema es que, actualmente, un conflicto de tales proporciones terminaría prácticamente con la raza humana debido a que la tecnología usada en las guerras ha avanzado en sintonía con los conocimientos científicos y técnicos que se han producido a lo largo del tiempo.

La Europa del siglo XIX empezó, científicamente hablando, con un período en donde los científicos más conocidos y prestigiosos intercambiaban ideas día sí y día también. Se produjeron varios congresos con diversas ramas de la física y la química como protagonistas y el afán por obtener el Premio Novel en esos primeros años condujo a los mayores avances científicos en la física teórica de la época moderna.

La cooperación entre físicos era usual, fueran del país que fueran, ya que las discusiones y conversaciones entre ellos permitía avanzar más rápidamente en las distintas teorías y soluciones ya que el ambiente era estimulante a la vez que competitivo.

La Primera Guerra Mundial supuso un primer retroceso a esta nueva forma de hacer ciencia, con el Manifiesto de los 93 en donde la firma de la mayoría de alemanes ilustres de la época en ciencia y cultura supuso para el resto del mundo un revés al interpretar la guerra como algo horrífico y que no debía estar sucediendo.

Por suerte para la ciencia, las diferencias acabaron con la derrota de Alemania y se pudieron volver a realizar tanto conferencias como colaboraciones entre ambos bandos. Un ejemplo de esto es la Conferencia de Solvay de 1927, en donde se reunieron aproximadamente una treintena de científicos, la mayoría químicos y físicos, para hablar sobre electrones y fotones, en un ambiente en donde se estaba desarrollando desde hacía unos años la rama de la física a la que conocemos como mecánica cuántica.

La escalada de un nuevo conflicto bélico debido a la entrada del Adolf Hitler en el poder supuso un nuevo revés, está vez casi definitivo, entre los científicos alemanes y el resto de personas de ciencia del resto de Europa.

Aunque muchos científicos habían contribuido en la Primera Guerra Mundial con sus experimentos en el intento de acabar cuanto antes con la masacre (por ejemplo, con la creación de diversos gases tóxicos), en la Segunda Guerra Mundial es donde podemos empezar a ver el límite al que se puede llegar entre ciencia y ética.

Tanto alemanes como aliados crearon sendos laboratorios intentando construir una bomba atómica tras el descubrimiento teórico de la fisión nuclear, en el que un elemento pesado podía romperse tras un choque con un neutrón y dividirse en dos elementos más ligeros creando una gran cantidad de energía en el proceso que podía replicarse hasta obtener una reacción en cadena.

Hay muchos textos referidos a tal período, tanto en lo que ocurrió por la parte de la Alemania nazi, sobre todo protagonizada por su científico más conocido, Werner Karl Heisenberg, como en el laboratorio que se creó en Los Álamos y en donde multitud de científicos aliados trabajaron hasta obtener las dos bombas atómicas que terminaron con el conflicto.

Intentando simplificar, la cuestión es si esos científicos aliados sabían el poder de destrucción de lo que estaban desarrollado realmente y si Heisenberg pudo intuirlo y concluir que un arma de tal destrucción no debía ser jamás desarrollada ni dada al genocida que controlaba su país en aquellos años.

Tras la guerra, muchos de los científicos aliados que habían participado en ese experimento rehusaron seguir colaborando en la carrera armamentística que se estaba desarrollando en Estados Unidos para protegerse de la URSS, pues sus aspiraciones eran obtener bombas y armas mucho más potentes. Un ejemplo de este tipo lo encontramos en Einstein, que huyó de la Alemania nazi por ser judío y que siempre se opuso a tal escalada del conflicto. Otro es el de Oppenheimer, aquel que fuera el director del laboratorio de Los Álamos y que rehusó a él tras las consecuencias creadas por la detonación de la bomba que había creado, aunque no fuera en realidad el que dio la orden de detonarla.

La ciencia, desde sus inicios, ha intentado comprender y entender la naturaleza y las leyes que rigen el mundo. Por sí misma, la ciencia no es ni buena ni mala, pues solo es el conocimiento adquirido hasta cierto momento sobre un tema concreto. Las aplicaciones de la ciencia, por el contrario, si pueden llegar a serlo. La bomba atómica puede que fuera el mayor invento destructivo jamás creado hasta ese momento, pero antes que ella habían sido otros como la catapulta, la pistola, la guillotina, los cañones, la dinamita, los aviones de combate…

El problema fue que esos otros elementos podían usarse tanto para el bien como para el mal según fuera el caso, aunque la única misión de algunos fuera acabar con la vida de una cierta persona. Pero la bomba atómica es una máquina de destrucción, no es algo que se pueda llegar a controlar, y su único uso es destruir todo aquello cercano al lugar en donde explota y crear un ambiente radiactivo muy difícil de eliminar y que impide la vida muchos años después de haber sido detonada.

Una vez usada, la bomba acaba con miles de vidas humanas, tanto buenas como malas. Es indudable que los dirigentes de la Alemania nazi eran malas personas y, desde cierto punto de vista, la misión de acabar con ellas podía llegar a estar justificada. Así como la de muchos mandos intermedios o soldados que, aunque no tuvieran todos los conocimientos necesarios para entender el conflicto, habían decidido activamente luchar por su país y por los ideales de su dictador.

Pero si hubiera caído la bomba en Alemania, no habrían sido solo las vidas de esas personas las sesgadas por ella. Habrían sido muchas más, personas inocentes que solo intentaban sobrevivir mientras las mayores potencias mundiales, poderes muy por encima de cualquiera, se pegaban y jugaban con sus vidas como puede jugar un niño con sus coches de juguete.

La ciencia, como todo, debería estar regida por una ética en la que las opiniones de uno no fueran superiores que las del resto. El conocimiento, como bien dicen, es poder. Y no todas las personas deben poseer ese conocimiento si con este solo van a causar desgracias y destrucción.

Ahora mismo se están realizando numerosos avances en el uso de robots y de inteligencia artificial, pero, como con todo, esos avances pueden crear máquinas que puedan usarse tanto para mejorar la vida de la población en general o pueden servir para enriquecer solo unos pocos.

Las cuestiones entre ética y ciencia son muy difíciles de medir porque puede haber opiniones muy controvertidas y que no satisfagan al resto. Personalmente, a mí me gustaría vivir en un mundo en donde los avances científicos sirvieran para mejorar la vida de la sociedad en general. Donde pudiéramos convivir los humanos y la nueva tecnología creada a través del uso de la ciencia. Por desgracia, y por mucho que me pese, pienso que vivimos en un mundo donde los intereses capitalistas de unos pocos reinan sobre el resto que conforma la mayoría y, hasta que no se produzca una revolución de las masas, no vamos a poder llegar a ese mundo utópico en donde los usos de los nuevos elementos que se crean debido a la mejora de la tecnología y de la ciencia se utilicen para ese interés general y no para continuar con la tendencia en la que estamos y en donde solo los más poderosos, que usualmente están relacionados con los más ricos, deciden según su beneficio propio y no sobre el de todos los demás.

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