Una de las preocupaciones más frecuentes de los jóvenes de
nuestra generación es la de conseguir un trabajo estable que nos permita, al
menos, tener un sueldo con el que podamos empezar a vivir (el tema del
alquiler/hipoteca mejor para otro día).
Por eso mismo, y desde hace algún tiempo, ante la
inestabilidad laboral por determinado tipo de puestos y la falta de oferta de
ciertas carreras, el camino de estudiar una oposición es uno de los más socorridos
por los jóvenes.
El año pasado aprobé una oposición (en realidad dos, pero
una contenía el temario de la otra). Por suerte, en mi caso, viví casi todo el
proceso selectivo de manera bastante tranquila. Solo he acabado harta de los
plazos tan lentos de la administración y no he tenido que sufrir esa conocida ansiedad
y malestar que muchas otras de mis amigas han sentido o sienten al pensar que
aprobar una oposición es la única oportunidad que tienen para vivir de manera
decente y sin que les exploten en un trabajo de consultoría o concatenando contratos
parciales o temporales que no les llenan y les causan aún más malestar.
A pesar de todo, el proceso de las oposiciones es muy duro.
Más de lo que muchos pensarían. No puedes saber lo qué se siente si no lo vives
en tus propias carnes. Y, si, lo sé porque se opina diferente sobre las oposiciones
de amigas antes y después de opositar.
La constante presión, el no saberse suficiente, el pensar
que si fallas en el examen tienes que esperar mínimo un año a la siguiente
convocatoria… genera estrés, mucho estrés, y ansiedad. Vives preocupada por si
no has estudiado tanto como necesitas, aunque te hayas pasado horas y horas en
la biblioteca o en casa. Quieres que salgan las notas y la fecha del próximo
examen, pero a la vez te da miedo abrir la página del ministerio cuando al fin
salen los resultados. Vives durante unos meses en una montaña rusa de
emociones, donde un día piensas que puedes con todo y al siguiente que es
imposible que lo consigas y eres una completa inútil porque has gastado demasiado
tiempo en algo que nunca va a salir bien.

Y lo peor de todo, en mi opinión, es que el sistema ni
siquiera es justo. Leer antes o después en un examen oral determina en algunos
casos si el tribunal te aprueba o no, jugártela a contestar más preguntas en un
test en vez de dejarlas en blanco te hace estar dentro de la nota de corte o
no. No aprueban los que más saben, aprueban los que más aguantan, los que se
matan a estudiar un tipo de examen concreto y tienen suerte con las preguntas o
los temas que caen.
No saber cuándo llegará la próxima noticia del BOE o del
proceso selectivo desespera, acabas creando adicciones absurdas como la
necesidad de refrescar la página del ministerio una y otra vez, aunque sepas
que no va a cambiar nada. Te da miedo leer los mensajes del grupo que tienes
con el resto de personas que se presentan por si han salido las notas y no
estás.

Todas esas emociones concentradas en tan poco tiempo dejan
mella, aunque lleves la oposición bien y pienses que vayas a aprobar y con nota.
Cuando terminas un examen, de la tensión, los siguientes días te pones mala y
no puedes hacer nada para evitarlo. Cuando terminas el proceso selectivo y has
aprobado, al fin, te pasas meses sin saber cómo reconstruir de nuevo tu vida al
no tener nada que estudiar y perder la razón por la que te levantabas cada
mañana. Porque si apruebas, eso no significa que el trabajo empezará al día siguiente.
Al contrario, te esperan meses y meses de espera hasta que sale el resultado
del proceso en el BOE, realizas el curso selectivo y esperas en un sitio de
prácticas que no es realmente el que vas a ocupar hasta que sale al fin tu
nombramiento. Y cuando al fin sale, te toca pegarte con la administración
rellenando mil y un papeles distintos.
En muchos casos, además, las oposiciones son un camino
solitario en dónde renuncias a todo solo por y para aprobar. Amigos, quedadas,
viajes, vacaciones. Nada de eso importa cuando aparece la ansiedad y, si
descansas, te sientes mal por no estar estudiando. Las oposiciones te cambian
completamente la química cerebral. No tengo pruebas, pero tampoco dudas. No
eres la misma persona antes de opositar que después, o al menos no lo eres
inmediatamente.
Y en estos últimos años, donde las ofertas de empleo público
son tan grandes, hay mucha gente que aprueba sí, pero a qué precio. Algunos
necesitan infusiones o ansiolíticos antes de cada examen. Otros abandonan su
vida durante años por tener una mínima oportunidad de conseguir esa ansiada
plaza y sin ninguna garantía de conseguirla realmente. Muchos tienen que
compaginar trabajos mal pagados mientras estudian, porque ni siquiera pueden
permitirse parar unos meses y enfocarse bien en las oposiciones.
Es un camino tortuoso, lleno de baches y obstáculos, en
donde además muchas veces necesitas un colchón económico o una familia y amigos
que puedan apoyarte en todo durante todo el proceso.
Yo tuve suerte, pero tengo también amigas que han sufrido
mucho para conseguir su plaza y otras que, aun intentándolo varias veces, no
han obtenido esos ansiados resultados. Por eso este texto va tanto por mi como
por ellas. Porque nadie debería matarse a estudiar para conseguir un trabajo estable,
pero, por desgracia, es a lo que la sociedad nos ha obligado a algunos y me
temo que no va a cambiar en el corto plazo.