En el trabajo de Miruna Achin se muestran distintas historias globales del jade en los continentes americano, europeo y asiático por medio de diversos objetos. La autora utiliza diversas fotografías, grabados, dibujos y escritos para construir el movimiento del jade a lo largo de la historia.
Su estudio consiste en observar el traslado y la circulación del jade de una civilización a otra para hacerse una idea de los distintos usos que le han dado cada una de las culturas y de las narraciones que pueden deducirse de esos objetos.
Por medio de los escritos, estudia los distintos cambios del nombre del jade a lo largo del tiempo y lo que significa para cada civilización ese nombre en concreto. Además, y con la ayuda de mapas, los escritos permiten estudiar el origen de esos objetos y las narraciones o mitos relacionados con ellos por diversos individuos como reyes, eclesiásticos o coleccionistas.
Con las fotografías ayuda a situar por un lado los lugares del mundo en donde se descubrió el jade y, por otro, los distintos museos o colecciones en dónde fueron a parar ciertos objetos de jade que estudia.
Las imágenes, grabados o dibujos de ciertos objetos de jade como estatuas, hachas o elementos de decoración, muestran los usos que tenía cada cultura de este concepto. Además, se muestra el intercambio que se dio entre los tres continentes (América, Europa y Asía) en lo referido al jade.
También usa distintas imágenes de colecciones minerales de jade y, por medio de la química, muestra que el jade y la nefrita tienen una composición distinta, aunque en muchas culturas se confundió un objeto con otro.
Otra característica que muestra del jade con los dibujos es el color característico verde que posee. En ciertos documentos esta caracterización es directa, puesto que se observa el color del objeto, mientras que en otros donde no existen los medios para colorear explícitamente se muestra un símil con un tipo de ave y con el uso de la luz para indicar el color verde
Podemos decir, por tanto, que el estudio que realiza la autora indudablemente muestra que esta forma de hacer historia de la ciencia permite incorporar los saberes locales, ya que al ir rastreando paso por paso el movimiento de estos objetos en los vestigios documentales que nos han llegado, se muestra el cambio de significado y uso para cada una de las culturas a lo largo del tiempo.
Al comparar los documentos de los distintos objetos se pueden ver las similitudes y las diferencias entre las culturas de las que proceden, así como los usos, las técnicas y las narrativas que se dan en cada uno de los distintos lugares.
También hay que decir que, aunque esta historiografía realizada por medio del estudio y los cambios que se producen en los objetos permite incorporan los saberes locales, también existen otras historiografías que lo permiten. Por ejemplo, al focalizarse en los escritos o la cultura de una determinada zona, se puede estudiar la ciencia que se dio en aquel lugar sin necesidad de ir saltando de un sitio a otro del mundo por medio del estudio de ciertos objetos. También es posible estudiar los saberes y conocimientos de ciertos personajes característicos de esas culturas si han llegado escritos sobre ellos. En este caso, en vez de una historiografía por medio de objetos, se realizaría por medio de personas o individuos.
En definitiva, cualquier forma de estudiar la historia de la ciencia que quiera llegar a lo específico en vez de quedarse en lo general permitirá estudiar los saberes locales de las distintas zonas del mapa. Es indudable, por otro lado, que muchos de estos conocimientos puede que se hayan perdido con el paso del tiempo y que el estudio no pueda realizarse de forma tan profunda como a uno le gustaría. Sin embargo, es deber de la historia de la ciencia intentar recuperar el mayor número posible de datos de esas culturas que han sido olvidadas durante largo tiempo y darles, al fin, el lugar que les corresponde.
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